El ascenso de M. Ward hasta su status actual de figura internacional ha sido un proceso lento. Inicialmente un secreto muy bien guardado de la escena folk de Portland, su posición ha ido creciendo a cada disco hasta llegar a lo que es hoy
Con Transfiguration of Vincent, de 2003, la voz melosa de Ward, su maravillosa técnica a la guitarra y sus sinuosas letras captaron la atención de fans como Bright Eyes o Jenny Lewis, quienes le invitaron a girar con ellos. Transistor Radio — del 2005, una carta de amor a la edad dorada de la radio AM — fue un éxito de crítica, lo que le hizo salir del circuito más indie, y comenzar a actuar con Conor Oberst y Jim James (My Morning Jacket), — se hacían llamar “The Monsters of Folk” —, y más tarde con The White Stripes. Post-War, del 2007, es no sólo uno de los discos de la década, sino también el que le impulsó a participar en numerosos late-night shows y le hizo ganar la admiración de gente tan dispar como Norah Jones y Noel Gallagher. Así nace She & Him, cuyo Volume One, del pasado año, les granjeó un rotundo éxito internacional y donde Ward — el enigmático “Him” de la ecuación — hacía de productor, guitarrista y arreglista, aportando el fondo perfecto, a medias pop californiano y up-tempo, sobre el cual Deschanel pudiera dedicarse a, simplemente, brillar.
Y llegamos a Hold Time, su último disco, sin duda su trabajo más elocuente, el más preciosista y cercano, en el que encontramos las colaboraciones estelares de Jason Lytle (Grandaddy), Lucinda Williams, Tom Hagerman (DeVotchka) y la propia Zooey Deschanel. Y por vez primera ya no será necesario que los críticos se devanen los sesos tratando de establecer paralelismos con John Fahey o Tom Waits o Howe Gelb, pues ya quedó sobradamente demostrado que M. Ward, con sus brillantes guitarras y su innato sentido de la melodía, no se parece a nadie más que a sí mismo.